No sé si recuerdan la historia
del boxeador negro Rubin "Huracán" Carter, condenado en 1966 a cadena
perpetua por un triple asesinato y que se pasó 19 años en la cárcel por un
crimen que no cometió. Medio siglo más tarde, la justicia sigue fallando y las
cárceles del país de la libertad albergan a muchos inocentes que fueron
condenados por un sistema en el que no se puede confiar.
Esta es la historia de Darrell
Williams, jugador de baloncesto que en los últimos años ha sufrido un calvario
que bien podría ser llevado al cine, como se hizo con su compatriota "Huracán"
Carter, o ser el protagonista de una de las letras de Bob Dylan. Deportistas y
víctimas de un sistema capaz de ensalzar el sueño americano y de a la vez
cargárselo de un martillazo.
Nacido en los suburbios del Sur
de Chicago, lugar que vio el asesinato a tiros de su hermano en 2009, Darrell Williams
era una de las grandes promesas del baloncesto de la ciudad. Amigo de Derrick
Rose, Darrell llevaba tres buenas temporadas en la universidad de Oklahoma
State, donde era uno de los líderes del equipo y los ojeadores habían puesto
sus miradas en el talento del ala-pívot. Sin embargo, la vida quiso vestirse
con su traje más cruel y dio un giro de 360º la noche del 12 de diciembre de
2010.
"Sé que no lo he
hecho": una condena injusta
En una fiesta en la ciudad de
Stillwater (Oklahoma), dos chicas, estudiantes como él, le acusan de agresión
sexual y violación. Darrell recibe la llamada de la policía y acude sin
abogado, seguro de que él no había hecho nada: "No voy a preocuparme
porque sé que no lo he hecho", dijo entonces. Williams confiaba en el
sistema, pero este le dio la espalda.
En menos de dos meses, febrero de
2011, un juez le declara culpable. Darrell, ahora con abogado, elige ir en
contra del consejo de declararse culpable de delito menor y evitar así la
cárcel. De hecho, recibió una oferta de acuerdo con la fiscalía que le habría
permitido seguir jugando al baloncesto y probablemente estar en la NBA la
temporada siguiente, pero Darrell era un hombre de principios: "Haberlo
aceptado me habría hecho sentir culpable y que la gente me mirase de otra forma",
recuerda.
Llora y golpea la mesa: ¡No lo
hice! Darrell Williams es condenado a dos años de cárcel en la prisión del
condado de Payne en Oklahoma. Allí pasa tres meses infernales: "Esto no
puede estar pasando", se repetía a sí mismo, "no me veo más tiempo
aquí". Cada día que pasaba en la cárcel era un día menos de vida: "No
me sentía vivo. Me quitó tanto de mí mismo. Sentía que no tenía nada por lo que
vivir", recuerda. Sumido en el pesimismo, una llamada de Randy Brown le
cambiaría la vida.
Brown, ganador de tres anillos
con los Bulls y actualmente el asistente del General Manager en la franquicia
de Chicago, conocía a Williams a través de Tyrone Bullock, su entrenador en el
instituto. "Cuando salgas de prisión me haré cargo de que tengas una
segunda oportunidad", le dijo. Fue la llamada de la esperanza, de que no
todo estaba perdido. "Algunos se merecen segundas y terceras
oportunidades. Sentí que Darrell era uno de esos", contaba Brown.
"Sabía en el fondo que no había sido él, que no merecía estar en prisión,
y si va a hacer algo positivo por su vida, necesita una segunda
oportunidad", añadió.
Randy Brown solía ayudar a los
niños de Chicago con problemas de adaptación, pero nunca a un preso. Darrell
era diferente: los dos habían crecido en condiciones muy duras en Chicago, uno
de la parte Oeste y otro del Sur, y habían encontrado en el baloncesto un
refugio seguro. Esa complicidad dio lugar a una inesperada amistad con
resultados muy buenos para los dos en el futuro.
La inocencia de Williams se
convirtió en un rumor que se extendió por todo el país. En Stillwater
comenzaron a organizar marchas, incluso el reverendo Jesse Jackson acudió a una
de ellas. Aunque lo más importante en el devenir del caso fue una serie de artículos del Huffington Post escritos por David Protess, presidente del
'Chicago Innocence Center', organización que se encarga de investigar las
condenas sospechosas de ser incorrectas.
Protess sacó a la luz muchas
irregularidades en la condena: Williams había pasado dos veces por el polígrafo
antes de la resolución judicial; la policía pidió a las chicas reconocer a
Williams en una foto de todo el equipo de la Universidad y no individualmente.
Además, las dos no presentaban daños físicos y no había ningún testigo de lo
sucedido. Y por si fuera poco, las chicas tenían informes clínicos con
trastornos mentales y una de ellas había sido detenida dos veces por robo.
Williams fue declarado culpable por un tribunal compuesto por once blancos y un
asiático, otro dato que no aseguraba una condena muy clara.
Mientras la fiscalía estudiaba el
caso, Williams salió de la cárcel y volvió a Chicago, pero no era del todo
libre: tenía que registrarse ante la policía como delincuente sexual convicto,
lo que significaba evitar los parques públicos y no poder pasear a su hija por
ellos sin comunicárselo a la policía. Williams estaba atado de pies y manos
pese a haber salido de la celda, pero lo que más le preocupaba era que esa
etiqueta dinamitase por completo su carrera como jugador de baloncesto.
Darrell aprovechó su vuelta a
casa para ir a ver al equipo de su ciudad con unos amigos. Los Chicago Bulls se
enfrentaban a los Oklahoma City Thunder, y la nostalgia le invadió por
completo: "La atmosfera, la sensación de oír al público gritar...todo,
¡joder!, podría haber estado ahí", se martilleaba. Tras el partido quedó
con Randy Brown, y lejos de desanimarle, volvió a ser un gran apoyo
convenciéndole de que no renunciara a su sueño.
Williams se puso manos a la obra:
buscar una universidad donde jugar para luego dar el salto a la NBA. Las normas
de la primera división de la NCAA no dejaban a Darrell jugar para un equipo de
esa división, ya que habían pasado cinco años desde su debut. Así, Williams
tendría que buscar una universidad de segunda división, pero la tarea no fue
fácil: ningún conjunto universitario se atrevía a fichar a un expresidiario al
que todavía la justicia no lo había reconocido como inocente. Además, con mala
suerte, Williams fue arrestado por orinar en la calle y no haber registrado su
condición de convicto ante la policía, a lo que Darrell tachaba de un
malentendido.
El fin de un martirio
No todo iban a ser malas
noticias: en abril de 2014, un tribunal de Oklahoma da marcha atrás a su condena,
asegurando que no recibió un juicio justo,
y le quita la condición de delincuente sexual al declararlo inocente
tras las múltiples críticas del pueblo norteamericano. El juicio no se repite y
las puertas del baloncesto se abren de nuevo cuando más cerradas estaban: la
Universidad de Texas A&M confía en el jugador.
Habían pasado 33 meses de su
último partido de baloncesto con Oklahoma y Williams había estado esperando
esta oportunidad demasiado tiempo como para dudar de su capacidad y, sin duda, la
aprovechó: 18 puntos y 12 rebotes de media por partido en los 32 encuentros con
su nueva universidad para ganar el galardón de Jugador del Año de la
Conferencia.
"Es tan bueno al mirar para
delante en positivo y dejar el pasado atrás", dijo su entrenador en Texas,
Sam Walker. Darrell Williams se había convertido en todo un ejemplo de que los
sueños pueden hacerse realidad y además había puesto en jaque a toda la
justicia estadounidense.
No era tiempo para mirar hacia
atrás: el ala-pívot vuelve en mayo a Oklahoma para terminar sus estudios y
graduarse en la universidad, la misma que le había expulsado dos años antes. Williams
se siente vivo de nuevo y la figura de Randy Brown vuelve a cruzarse para darle
la oportunidad de su vida: disputar la Liga de Verano con los Chicago Bulls e
intentar ganarse un hueco en la plantilla. Darrell realiza entrenamientos con
los Dallas Mavericks y en Las Vegas se viste de rojo para jugar cinco partidos
con los Bulls promediando 3,6 puntos y 4,8 rebotes en 9 minutos de juego,
cuajando un buen último partido con 9 puntos y 13 rebotes.
No pasa el corte, pero el
baloncesto europeo se fija en él: el pasado mes de septiembre ficha por el
Verviers-Pepinster de la liga belga donde ha promediado 17 puntos y 10 rebotes,
números que le sirvieron para que un clásico europeo le incorporase a su
plantilla: el Partizan de Belgrado, aunque Williams sigue soñando con la NBA:
"Me veía en una celda y dos años después estaba jugando en una cancha NBA.
Nunca pensé que fuese posible".
Darrell Williams es un trabajador
incansable, un hombre de principios convertido en mártir por una justicia que
falla más de lo habitual. Cierro este
artículo deseando que Darrell consiga su sueño, aquel que le mantuvo con vida
durante los largos días entre barrotes.
Edu Salán 4 febrero 2016
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